La vivienda se finalizó en 1982, y desde
entonces, ha servido de escenario de la vida cotidiana de la familia, compuesta
por el matrimonio y un hijo, que por aquel entonces apenas rozaba la década.
Hoy en día, treinta años después, la situación
en la vivienda es bien diferente. Con la muerte del matrimonio, y la
emancipación del hijo la vivienda se encuentra vacía, incompleta. Una casa-caja
de resonancia creada para ser escuchada sin nadie que la escuche.
Es por esto, que la familia heredera se
propone volver a la vivienda donde conservaban tan buenos recuerdos y deciden
mudarse.
Una vez instalados se dieron cuenta de que la
casa en la que se encontraban no era la misma casa que ellos recordaban, había
perdido su esencia. Ni siquiera el sonido de la lluvia sobre el tejado
conseguía rememorar los sentimientos que experimentaban, y es que, en
definitiva, los sonidos del día a día de sus habitantes se habían convertido en
una parte esencial de la vivienda: sus manías, sus costumbres,… Sonidos que
jamás se podrían volver a sentir en la casa.
Es entonces cuando se plantean la posibilidad de
recordar a las personas que ya no están mediante los sonidos característicos de
sus costumbres o manías, poder volver a sentir de alguna manera su presencia en
la casa. Recordar escuchando.
El concepto
de la Casa de la Lluvia evoluciona desde sus raíces hasta reinventarse en su
esencia. Recordar la casa, recordar su vivir, recordarlos escuchando.
El proceso de cambio siempre
toma como punto de partida el inicio, hallado en nuestra vivienda en la zona de
noche. En ella la casa permanece en
silencio, guardando la esencia pura del sonido tradicional: la lluvia en el
tejado, que golpea su zinc y rememora con cada gota aquel querido sonido que
tanto se escuchó, es aquí donde la naturaleza coge la batuta y marca el compás
de esta vivienda construida con música.
Avanzando a lo largo del corredor que une zonas de día y
noche la casa va cobrando un nuevo carácter, algo cambia en la interpretación
de la partitura y son ellos mismos, que con su devenir se hacen protagonistas de la casa: sus pasos en un solado
instrumental van creciendo en intensidad gracias a una caja de resonancia en
crecimiento. A medida que se alejan de la zona privada y van acercándose a la
zona de día, más pública, la música es más viva, más potente.
La música continúa sonando y
la intensidad va in crescendo. La
pieza llega a la obertura en el salón principal, donde todo es igual y nuevo a
la vez. El eco proveniente de aquel pasado presente se ha transformado: la
música de la lluvia ha evolucionado, ha sido re-interpretada por músicos de
otra generación, los matices, los acordes tienen nuevos “arreglos”. La lluvia
que antaño sonara en el viejo zinc y corría a regar el verdor navarro es ahora
reconducida, a través de canalones con oquedades estratégicamente situados para
producir cascadas de lluvia que percutirán las diferentes “teclas” del xilófono
que es el alféizar. Un alfeizar que será cambiante, mutado, con subidas, con
bajadas, representando la posición de las notas del pentagrama y relacionando
el interior y el exterior a través de la música, tanto desde un punto de vista
sonoro, como visual.
Así como el estado del agua no
es igual en todas las fases de su ciclo, la música nunca será igual en todos
los lugares del hogar, y la melodía del agua será el elemento arquitectónico
que configure la construcción del espacio en el nuevo salón.
1// silencio
2// obertura
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